Chobi


Chobi se ha puesto serio. Antes temerario guerrero, hoy achacoso, ciego, sordo y quejumbroso, gira la cabeza con la misma expresión amistosa, amable, de hace mil años. Vamos al veterinario. Chobi odia tanto ir al veterinario como yo visitar médicos.

Apenas tenía un año de casado, caía dos o tres veces por semana a casa de mi madre para disfrutar de sus potajes arequipeños y reencontrarme con mi antigua cama y la almohada hundida que me extrañaba a gritos la pobre. En una de esas, al salir del ascensor, encuentro a la señora Betty, la vecina, jalando a su perra, una terrier-pequinesa-puddle-pomerania traviesa y juguetona. En brazos lleva un extraño ser que a primera vista parece un pedazo de oso de peluche. La perra ha traído al mundo tres cachorros, dos ya han sido adoptados pero al más enano nadie lo quiere, está enfermo, tiene bronconeumonía, tose, se asfixia. El padre es un pequinés auténtico, con papeles y todo, la madre tiene el encanto de lo chusco. La señora Betty no puede con más de un perro en su pequeño departamento, va a tener que tirar al enano al río. Cárgalo. Todavía no tiene nombre. Sin siquiera pensar me escucho a mí mismo decir:

– Yo me lo llevo.

– Espérate que te doy una caja para que lo metas ahí.

Ya en al auto me sigo escuchando decir:

– Te vas a llamar Chobi.

Yo también vivo en un departamento y no vivo solo, tendría que haberte preguntado primero pero entre este peluche y yo hay algo más que simpatía. Es como si él mismo me hubiese dicho su nombre con la mirada.

Mientras manejo hacia Miraflores, Chobi asoma la cabeza desde el borde de la caja, tose; le toco la cabeza, la barriguita, arde en fiebre; por entonces yo todavía estudio medicina, paramos en la farmacia y compro un jarabe infantil antibiótico y expectorante y unas cápsulas de ampicilina. Cuando llego a casa, antes que puedas decir nada te cuento lo que ha pasado y te entrego a Chobi y él demuestra que sabe estar a la altura de las circunstancias y te hace fiestas y te lame toda la cara. Yo y Chobi sabíamos que no podrías resistir. Esa noche la pasaríamos en vela cuidándolo, y cuando su respiración se hacía agitada, débil, y parecía que se nos moría lo cargabas y le hablabas y en la mañana, cuando le pasó la fiebre, organizaste las cosas de tal manera que siempre hubiese una persona cuidándolo. Esa noche Chobi resistió, sobrevivió. Y en adelante creció rápido aunque no demasiado, no se alejó mucho del suelo pero aprendió a ser obediente, a sentarse, a echarse, siempre y cuando lo sacásemos a la calle dos veces al día y de tiempo en tiempo lo dejásemos a solas con alguna perrita apetecible y del tamaño apropiado. En realidad la raza nunca fue una limitación. No debe serlo.

Chobi juega conmigo durante horas. Por alguna razón odia a los carteros en bicicleta, a los jardineros en bicicleta, y sin embargo mueve la cola y retoza alrededor de los niños que pasean en sus montañeras. A pesar de su tamaño, llegó a convertirse en el rey de la cuadra. Hasta que apareció Norris.

Fue hace algunos años, era un boxer grande, suelto, a unos treinta metros de nosotros. Chobi, se escapó, cayó por sorpresa y aprovechando su pequeña estatura se deslizó entre las patas del perrazo e intentó lo más sensato en estos casos: un buen mordisco en cierta zona sensible de la anatomía del enemigo, una sucia treta que produce indescriptibles alaridos de dolor animal en el animal afectado pero el energúmeno era un perro entrenado por la policía, un Chuck Norris en versión canina que,  al verse atacado, ejecuta un salto al estilo karateka, aplica sus mandíbulas sobre el sacro coxis de Chobi y se dedica a sacudirlo por el aire y golpearlo contra el suelo como un monigote y cuando los separamos a escobazos -todo el vecindario apaleando al monstruo que echaba espuma por la boca- Chobi ya no podía caminar, dejó que lo cargue por primera vez en su vida. Nunca le había gustado que lo carguen, le molestaba, lo que pasa es que se aburre rápido de la gente que no conoce y se aburre más con los conocidos. Al llegar a la puerta de la casa quiso que lo deje en el suelo, trató de entrar primero como siempre pero se caía.

Desde entonces parecía el mismo de siempre pero, obviamente, estaba fingiendo pues lo escuchábamos llorar por las noches. El veterinario nos dijo que tenía la cadera zafada, que nunca quedaría como antes. En efecto, nunca volvió a pelear, se cansaba con una vuelta a la manzana, ladraba a los perros de la vecindad pero ya no se acercaba. Sus antiguos contrincantes empezaron a enmudecer, por la edad, o a desaparecer y cuando Chobi podría considerarse dueño de la situación –a Chuck se lo llevaron en una jaula de ruedas, con bozal y una cinta roja amarrada en la pata- vinieron en huaico las dolencias, las cataratas, la alergia, los huesos que se salen de su sitio.

Uno o dos minutos antes que yo llegue Chobi siempre presiente, ladra y se va a la puerta, aún en las ocasiones en que no se me espera y a horas no habituales. Chobi entra conmigo a cualquier sitio, por más oscuro y siniestro que sea. Siempre dispuesto a la aventura aún a costa de terminar mal parado. Chobi es chusco, chusco en todo, chusquísimo, tiene algo de perro callejero, algo de lord, de pequinés, de moscovita, algo de europeo, bastante de cholo, un poco de todo. Un perro bien peruano. Hoy, otros canes más jóvenes son dueños de la calle. En invierno Chobi duerme todo el día y ya no reconoce casi a nadie. En verano emerge despeinado y legañoso, sale al patio para tomar sol y se está allí solo, mirando el jardín sin verlo, cualquiera diría que está recordando.

Me mira con esa expresión inconfundible de interrogación ¿Vamos a ir a pasear? Y soy yo quien no puede entender ¿Por qué mis preocupaciones o mis ideas tendrían que ser más importantes, más trascendentes? De hecho no lo son. Chobi ladea la cabeza preguntando, qué otra cosa puede ser más importante que salir pasear un rato, pero él ya no puede. Un descuido y Chobi se nos queda ahí en el sitio por lo del corazón, sufre de arritmia.

Chobi me dice con la mirada que, si se trata de eso, ¿qué mejor modo de morir que en la calle? Y, como siempre, tendría razón. Llegamos a la veterinaria y Chobi deja de quejarse y de gemir. Olfatea en el aire, desde hace tres días que no duerme; llora, aúlla, tiembla aterrorizado, ya el veterinario nos ha explicado: por alguna razón su cerebro va perdiendo materia, se está haciendo poroso y el resultado son alucinaciones, terrores, visiones y sonidos que lo acosan. No hay cura, podemos mejorar el riego sanguíneo, tratarle la arritmia, pero nada garantiza que en sueños no le asalten los demonios y sufra. La voz melosa del doctor:

– Tenemos que ponerlo a descansar.

¿Por qué los políticos, los médicos y los veterinarios hablan en plural?

Recuerdo a mi padre cuando me pedía que lo dejemos morir, que no prolonguemos su sufrimiento, ¿quién soy yo para decidir sobre la vida de los demás? Estoy a punto de tomar a Chobi y regresar a la casa pero está tan tranquilo, eso es raro, ha dejado que el veterinario lo examine, yo sé que odia a este veterinario como odia a todos los veterinarios, a los políticos y a los carteros en bicicleta. Es raro.

Abrazo a Chobi, su lengua húmeda sobre mis mejillas lamiendo mis lágrimas y no sé a quien echarle la culpa. Cierro los ojos y al abrirlos Chobi está allí dormido.

Los mochicas creían que seres humanos y animales, al morir, emprenden un viaje de regreso en el que todo ocurre en sentido inverso. Si eso fuese cierto mi viejo Chobi irá rejuveneciendo en esa región lunar y volverá a pelear y a querer y quizá logre, ahora sí, agarrar de las bolas al maldito Chuck Norris y desquitarse.

Un rato después voy arrojando la tierra con mis manos sobre su cuerpo pequeño, entierro con él una parte, quizá la mejor, de mí mismo.

5 Responses to Chobi

  1. betsy recavarren dice:

    Kikí: esto esta muy lindo…gracias! yo también tengo a mi «Snoopy», un perro beagle que adoro, es mi hijito aunque él mata por su papá Willy (macho Alfa, contra eso no puedo hacer nada, no?). Esta es la que me ha gustado más. Espero estés muy bien.Saludos!

  2. Gustavo Yabar dice:

    Éste estuvo muy fuerte, Gonzalo. Como para leerlo abrazado de mi Camila (una bóxer nada abusiva).

  3. PEPE GUILLEN dice:

    conmovedor Gonzalito… no me acuerdo si llegue a conocer a tu Chobi pero te conozco a ti… que mas te puedo decir.. lo mejor es no decir nada…

  4. Gisela dice:

    Mi queridisimo profesor lloré como una loca al leer su historia…. se me quebró la voz.. muy tierno y muy sui generis como suele serlo Ud.
    Lo recuerdo con mucho cariño y admiración como una vez Ud. mre dedicó su libro de Tecnología de la TV en la San Martín

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